A las tres y cuarenta y seis pe eme Andrea colgó el teléfono mordiéndose aún el labio inferior. Guillermo colgó y al pasar por donde su secretaria le avisó que salía para el banco porque Londres es caro y ahora con el dólar su hija necesitaba dinero… y bueno, mejor bajar cuanto antes. A las tres y cuarenta y siete pe eme sus miradas se encontraron en el pasillo de los ascensores y él apretó el botón para bajar.
–¿Y qué si el ascensor viene vacío? –murmuró ella.
Él miró para atrás, nervioso por la pregunta. Seguramente no se refería a la historia del llanto en el ascensor de la izquierda.
–¿Y si viene vacío? –le dijo de nuevo, rozándolo con la mirada, con los labios mojados, con el tono que reflejaba de qué se trataba todo aquello.
Guillermo dio un paso atrás, se arregló el nudo de la corbata que estaba perfecto y se pasó la mano derecha por el cabello, un segundo antes de devolverle la mirada atrevida.
Ting.
Dejaron de mirarse para escudriñar detrás de la puerta.
–Buenas.
–Buenas tardes.
–Buenas tardes.
Cada uno a su esquina y el desconocido apretando el botón PP de manera ansiosa como si eso pudiera acelerar el descenso. Andrea contó los segundos de bajada. El ascensor no se detuvo hasta el cuarto piso donde se subió una señora con un niño en brazos.
Ting.
Se abrió la puerta en el primero, ocho segundos después de haberse cerrado en el cuarto.
Él caminó hasta el banco y consultó su saldo aunque habría podido hacerlo por Internet. Ella le preguntó al portero por un paquete que sabía no llegaría nunca. Andrea volvió a su cubículo azul y gris y Guillermo a su oficina con muebles de madera y cuero. Subieron en ascensores distintos sin dejar de pensar en lo que puede pasar en ocho segundos.
A las cuatro y ocho pe eme Andrea colgó el teléfono y se quedó con los ojos cerrados por un momento, imaginándose atrapada entre el cuerpo enorme de él y la pared del ascensor.
Guillermo colgó y al pasar por donde Marta le informó que bajaría a la portería para pagar por el ramo de flores del cumpleaños de su esposa del mes anterior porque a ella le gustaban mucho las orquídeas.
Caminó hasta los ascensores mientras su secretaria se preguntaba por qué el jefe siempre le daba tantas explicaciones y en ese caso por qué no subía el cobrador, aunque realmente no lo pensó demasiado, su teléfono sonó y se dio cuenta de que tenía las medias rotas.
Un saludo cortés y el ascensor se abrió antes de apretar el botón o intercambiar miradas. Se bajó el mensajero, los ojos de Guillermo por medio segundo en las piernas de Andrea mientras entraban al ascensor y los pensamientos de ella imaginando que se acerca a él, le toca los labios con la punta de los dedos (mojados porque acaba de chuparlos), él saca un poco la lengua, ella cierra los ojos y siente que la toma de la cintura y que sus manos enormes están en su espalda. Guillermo se acerca un poco más, ella le acaricia con las manos la nuca, él cierra los ojos y pone sus labios secos sobre los de ella húmedos, suave, lenta, tiernamente. ¿Estará contando los segundos? Andrea se acerca aun más, siente su respiración agitada compitiendo con la de él y una fracción de segundo después el ting los devuelve a cada esquina del ascensor.
Él detiene la puerta para que ella pase, cruzan rápidamente miradas, sonrisas y deseos. Andrea se dirige a la máquina de dulces mientras Nelson detiene al doctor cuando pasa por la portería para decirle en tono bajo y cómplice que tiene un poco de labial y que les pasa a todos porque este ascensor no tiene espejos. Error de principiante.
Ejercicio de escritura para el Taller Letras, Universidad Eafit. 27 de agosto de 2002.