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Jota recortó el aviso del periódico: «Persona solitaria, desolada, busca persona. No se interese por su género o el mío, lea y lea entre líneas. Incoherente. Se deje seducir, le guste hablar y desvestir. Interesados dejar una nota en el libro Los buscadores de oro en la biblioteca central».

Después de mucho pensarlo se decidió a escribir. Finalmente él cumplía con las características, o casi. Desde que volvió de Chile estaba solo y a pesar de que en su edificio vivían más personas que en Puerto Natales, sentía que la suya era una existencia desolada. Puerto Natales, Puerto Natalia. Desde que la conoció hablaba de la Patagonia, del sur, del Navimag que los llevaría al fin de la tierra, de huir y del Paine. Él pensó que sería bonito llevarla a Chile en su luna de miel pero ella decidió que debían quedarse a vivir allí.

Dos inviernos después Jota renunció al sueño ajeno. Claro que la quería, y la quería feliz, pero Natalia solo pensaba en sus fotografías, en el nuevo proyecto para una revista europea, en los catálogos que estaban mandando a todos los israelitas a conocer ese rincón de Sudamérica, en lo que vendría después: un proyecto tras otro mientras él se refugiaba con mayor intensidad en las montañas, en las Torres del Paine, en el campamento británico, en el glaciar Grey, en las rutas de escalada que nadie se atrevía abrir, en su deseo desesperado por llamar la atención.

Solo. Desolado. Profesor de literatura lee entre líneas para comprender lo que escriben los estudiantes en sus ensayos plagados de incoherencias. Prefiere escuchar y aunque le tiene miedo hasta a las palabras largas decide atreverse y dejar una nota.

Amanda buscaba los mensajes todas las noches. Esperaba encontrar cientos pero solo al sexto día llegó el primero y en ella un par de frases, que por lo menos denotaban bastante incoherencia. ¿Y ahora qué? No se le había ocurrido cuál sería el siguiente paso. Cerró el libro y lo puso en el lugar exacto del estante mientras miraba hacia arriba, hacia los lados, mientras miraba y se sentía mirada por todos en la biblioteca.

Comenzó a contemplar las posibilidades. ¿Y si fuera un enfermo?, ¿un abusador?, ¿un drogadicto enloquecido?, ¿un violador? Ya había tenido bastante de todos ellos, de los hombres que tuvo que defender mil veces frente a su madre con tal de no escuchar «yo te lo dije» una y otra vez. ¿Un pelele?, ¿un tacaño?, ¿un posesivo?, ¿un hombre sin sueños? Esos eran peores que los otros, porque tenía que defenderlos mil veces ante sí misma.

¿Y ahora qué? Caminó despacio hasta su oficina y al final de la tarde imprimió una nota para el incoherente: «A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde hace millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil». Ernesto Sábato, El Túnel.

Jota recogió la nota y la guardó en su cuaderno de escritos. Dejó el libro en la mesa, atento a la indicación de no poner el material en los estantes. Indudablemente quería seguir jugando, pero jugando bien.

Esa noche, mientras revisaba los trabajos de los estudiantes sobre juego e interpretación, la cita perfecta saltó frente a él: «Desolación y terror son formas del éxtasis, del estar fuera de sí, que dan testimonio al hechizo irresistible de lo que se desarrolla ante uno». Hans-Georg Gadamer, Verdad y método.

A día siguiente le sacó fotocopia a la hoja y recortó la cita. Cuando Amanda la recogió se sintió confundida por la frase. Me conoce. Estoy segura de que me conoce. ¿De qué otra forma explicar aquella cita tan rebuscada y a la vez tan familiar para mí? Comenzó a enfermarse ese día. No comió casi nada y pasó la noche temblando como la Ana de Piedad Bonnet. De vez en cuando se despertaba tiritando y tenía la sensación de que no era la noche la que la helaba sino sus huesos exhalando un hálito como el del hielo seco.

Temprano, cuando no pudo dormir más, anotó la frase en su cuaderno, fue a la biblioteca para esperar a que abrieran y puso la nota en el libro, con la esperanza de que el incoherente no se hubiera dado cuenta de que la había sacado. Al menos así podría pensar un poco más en el siguiente paso.

Jota encontró su propia nota en el libro día tras día durante dos semanas. Estaba a punto de desistir de un juego que ya no era divertido cuando encontró un nuevo mensaje: «Para poder comprender a alguien hay que ser en primer lugar más listo que él, luego igual de listo que él, y finalmente también igual de tonto». Schlegel.

Se dio cuenta entonces de que una frase de Gadamer por inocente que hubiera sido su intensión había resultado una actitud agresiva. Eso explicaba la demora en la respuesta. Decidió ser más abierto y hablar de sí mismo, tal vez mostrarse un poco tonto: «Me llamo Jacinto. Tengo 39 años. Soy separado. Me gusta el café sin azúcar, elevar cometas y escuchar las noticias hasta quedarme dormido. No me gusta conducir, bailar ni la coliflor. Interesados dejar una nota en el libro Los buscadores de oro en la biblioteca central.»

Al menos eso ya decía algo, pensó ella al sacar la nota del libro.

«Soy una persona inquieta, he vivido tantas cosas que ya no cuento los años. Amo toda expresión estética. Lo primero, lo mejor y lo único que he aprendido en la vida es a leer. Vivo una vida solitaria porque solo conozco el amor desenfrenado, tanto en tiempo como en dimensión. No sé medirme, no sé controlarme». A.

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