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Timbre para que le abran. Cuando escuche el bip, empuje. Camine siete pasos hacia adelante, por favor sin tropezarse, aunque sus ojos no estén acostumbrados a la oscuridad. Siete pasos hasta el escritorio. Sí, créame, allí debajo de tantos papeles, un teléfono, el fax, dos figuras de santos y la taza de café hay un escritorio.

No espere que Feliciana le tienda la mano o le dé la bienvenida, finalmente será una suerte que levante la mirada hacia usted. Ese será el momento preciso: busco una mesa, pequeña, pequeñita, cuadrada o rectangular, que no sea esquinera, una MESA MESA, nada de mesas de noche o sillas sin espaldar.

Preste atención. Observe hacia dónde mira ella; si respira profundo y mueve la cabeza negativamente: dé las gracias y salga de inmediato. Ni se le ocurra insinuar que dejará su teléfono por si les llega algo parecido. ¡Salga! Si hay algo que Feliciana no soporta es un cliente que busca lo que ella no tiene.

Si además de mover la cabeza hace ademán de quitarse las gafas, admita su error de inmediato antes de que ella lo note… Por Dios, ¡en qué estaba pensando!, ¿una mesa? Si yo venía era a comprar… mmm… una imagen de María Auxiliadora, exactamente igual a esta. Empáquela por favor; o no, no la empaque, yo me la llevo así tal cual para poder apreciarla en el camino, está perfecta, un poco partida, un poco envejecida, con esa apariencia propia de las cosas antiguas de mucho valor. Mire en la base el precio y pague sin esperar la factura. ¡Cójala y salga! Si hay algo que Feliciana no soporta es un cliente que busca lo que ella acaba de vender.

Si mira hacia arriba, se rasca la cabeza, parece que va a decir algo, pero comienza a caminar, ¡sígala! Sígala sin miedo pero con cuidado, no querrá romper un cachivache y descubrir que vale tanto como su propia vida. Camine despacio pero sin perderla de vista. El almacén es un laberinto en el que cada cosa ha sido puesta sin ninguna lógica, simplemente encima, debajo o dentro de otra cosa. Encontrará cuadros en las paredes y lámparas en el techo, pero también pinturas, dibujos y fotografías en los cajones, y sillas colgando desde arriba. No la pierda de vista. No pregunte nada. No toque nada. No haga gestos cuando pase un ratón corriendo, ni se sorprenda al ver una tacita de té que repone la que dejó caer su sobrinita hace tres años. Será mejor que recuerde la tacita y vuelva otro día por ella, no hoy, hoy está buscando una mesa. Si hay algo que Feliciana no soporta es un cliente que pregunta por una cosa y luego quiere comprar otra.

No se desespere, no es tan difícil. Basta con entenderla. Feliciana es como una médium. Recorre el anticuario flotando entre las cosas; sus 98 kilos nunca tropiezan, ni siquiera rozan lo que hay aquí. Camina con los ojos cerrados, quizás guiándose por los olores o por la voz del pasado de cada objeto. Tal vez le diga: sí, aquí hay una mesa así, era de doña Alicia Ochoa, la que vivía en la calle 10. Ella no dirá más, usted no pregunte más, no mencione que se llama Silvia o que es la hija de doña Alicia, ni que ahora se sueña esa misma mesa en la sala de su casa. No dé muestras de alegría y borre esa sonrisa antes de que ella se dé cuenta.

No la pierda de vista. No pregunte qué es ese mueble de dos metros de alto lleno de cajones de tres por tres en donde seguramente no se puede guardar nada. No se interese por aquella cafetera hermosa, perfecta para la cocina de la finca, siga de largo que esa es la cafetera de Feliciana y no está en venta. No se impresione con la pared llena de trastos partidos. No se asuste con los animales embalsamados, con los ojos en frascos, con las pelucas rubias, pelirrojas o morenas. No la pierda de vista. Oiga… oiga… ¡oiga! No pase de largo, ¡devuélvase! Venga, oiga, ¡sí, soy yo la que le está hablando! Me veo bien ¿o no? lléveme, sáqueme de aquí. Yo también vine por una mesa, ya no recuerdo hace cuánto, hablé sola como dos horas, quise comprar medio almacén, me burlé de las cosas feas que había en cada lado, acepté su café… No, no, no, no lo tome, no… Le dije que no le hablara de nada. ¿Cómo se le ocurrió preguntar por esa escultura de mujer que parecía hablarle a su propia conciencia? Si hay algo que Feliciana no soporta es un cliente que pregunta por mí.

Bienvenida al anticuario.

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